Todo(s) lo que no(s) separa(n)

Es un lugar común afirmar que el Perú es un crisol. Además, es aún más común decir que, en parte por ello, somos un país desunido y fracturado, un problema andante de acción colectiva. Permítanme combinar estos dos lugares comunes para abordar uno menos vocalizado pero doloroso y evidente: nuestras grietas como causa de nuestra paupérrima representación política, que obstaculiza el progreso, y que nuestra propia desunión nos impide fiscalizar.

Nuestra compleja historia y riqueza cultural son productos de un país adolescente, como creía Luis Alberto Sánchez; una sociedad de desiguales, como considera Alberto Vergara. Somos, pues, una nación en la cual la ciudadanía común ha sido una conquista lenta, zigzagueante y aún no es plena. Incluso cuando los desfavorecidos conquistan la dimensión material, se derrumba la cívica y quienes pugnan en favor de las instituciones tienen enemigos en cada esquina entre aquellos que lucran, prosperan y se empoderan en la informalidad más rampante.

La falta de liderazgos que nos congreguen y emocionen, que llamen a tejer nuevamente nuestro descosido tejido social, nos ha dejado en manos de los peores de nosotros. Y como no nos vemos en ellos (o no queremos vernos en ellos a pesar de escogerlos), nos desentendemos y caemos en la anomia. Creando así un círculo vicioso que se perpetúa. Nadie quiere involucrarse en un lodazal, entonces el espacio está capturado por quienes han hecho del fango su hábitat. Y vuelta a empezar.

Es muy difícil encontrar un espíritu cívico que resista tres presidentes en la cárcel, tres más investigados por corrupción; uno que se suicidó cuando iba a ser detenido; siete presidentes distintos en seis años; un intento de golpe de estado; un gobierno de una semana; el cierre de un Congreso; protestas a mansalva y muertes en ellas. Es demasiado, sí. Pero, a riesgo de pecar de ingenuo, abrumarse es solo una manera de verlo y sentirlo. Ahora estamos saturados y cínicos, pero, por otro lado, podemos salir de esto curtidos, podemos salir de esto con lecciones y entrenados en la adversidad y el caos para sembrar orden. No obstante, eso requiere liderazgo y no se trata de buscar un Inca o a un Virrey, sino ciudadanos ejemplares capaces de ser un frente contra la angurria desmedida; sería un excelente inicio. Sería más de lo que tenemos ahora. Claro que tenemos gente valiosa, pero tenemos que recordárnoslo, aunque lo sintamos impostado al principio; eso es solo el arraigado cinismo tratando de desanimarnos.

Es hora de que gente buena, mas no ingenua; astuta pero no perversa; persistente pero no dogmática, dé el giro que necesitamos. Ellos serán la auténtica generación del bicentenario. Hemos demostrado que podemos ser maravillosos «antis» de quienes denostamos e inigualables desentendidos de la cosa pública. Veremos qué tan buenos somos construyendo. Las identidades negativas solo sirven como estrategia de bloqueo, pero nunca para establecer lazos colectivos. Si fallamos en este empeño, los únicos que están unidos ahora, las termitas, acabarán por devorar nuestro hogar solo porque nosotros ya lo abandonamos.

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